Valencia-Alcázar de San Juan-Almería, 4 julio 2016
Cojo
en la estaciò del Nord un tren impuntual y polvoriento que me llevará hasta
Almería. La fila para subir al tren: chabacana y desorganizada, es decir, muy
valenciana -la cita no es mía, es de uno de Xixona-. La gente, apremiada por el
retraso, se agolpa en el andén para subir a un tren de los de antes. En el AVE
Madrid-Barcelona la gente habla de auditorías, proveedores y reuniones en
Londres o en París. En el TALGO Valencia-Almería la gente da pormenorizadas
instrucciones –“te dejé la tartera en el armarito de la cocina”-, hace recordatorios
–“pasado mañana tienes cita con el médico, no se te olvide”- o da las buenas
noches. En este tren las maletas no van conjuntadas y no tienen ruedas. En este
tren, las maletas van enlazadas las unas a las otras como una ristra de
morcillas rellenas de ropa –“para que no nos las roben”- y están sostenidas por
unas asas a menudo precarias. En este tren de antaño los pasajeros no montan start-ups ni crean empleo. Sólo son
gente normal.
Una de las estaciones de paso de mi tren.
Paramos
en Alcázar de San Juan para cambiar de tren. Todo muy ágil, práctico y moderno.
Llegamos con retraso -la señora angustiada que llevo dentro está que no vive en
sí- y me da miedo perder el tren. Infundado temor: el otro tren también llega
con retraso. Viajeros y acompañantes esperan en un apeadero –así lo llaman,
“andén” es una palabra muy moderna- atestado de polvo y bajo un sol de
justicia. Hay gente que acompaña a otra y espera con ella a que llegue su tren
-gente para la que, tal vez, el tiempo es oro, el tiempo que pasan con su
gente-. Es esa misma gente que, cuando viene el tren, mientras ayuda a acomodar
maletas y tarteras, les pide a sus familiares que “manden recuerdos”. “Mandar
recuerdos” en la pura era del WhatsApp, del selfie, de la globalización y la
instantaneidad: hay gente que se agolpa en un andén sofocante y polvoriento
para tender una maleta a otra y para “mandar recuerdos”. Esto es una cosa
hermosa.
Me
jode profundamente cuando se esencializa la pobreza, la ignorancia o el atraso.
Cuando se considera “pintoresco” lo que no es más que subdesarrollo. ¿Estoy
cayendo en mi propia trampa? Tal vez. ¿Es subdesarrollado no tener teléfono y
“mandar recuerdos”? Probablemente, no. ¿Es esta reflexión marxista un
“disclaimer” hacia mí misma? Puede, pero no puedo evitar que me guste que haya
gente que manda recuerdos y que no monta start-ups.
Me gusta conocer España. ¿Españas? ¿Cuántas Españas hay? ¿La España que “manda
recuerdos” y come tarteras en un tren y la España del café del Ritz y del Ibex
35 son la misma España? ¿Realizo este viaje para conocer España o para
conocerme a mí misma? Probablemente, para conocernos a las dos. Por eso cogí
este tren que circula a una media de 60 kms/hora y que atesora una sonora
mancha de regla en el asiento que me ha tocado en suerte. No me molesta: podría
haber sido yo. Y he viajado en trenes más sucios, ¡qué leche! No voy a andarme
ahora con milindres.
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