Valencia, 1-4 julio 2016



La tierra de mi amado. Resplandeciente e inspiradora, como siempre, Valencia es un lujo para los sentidos: luz, bullicio y alegría. El mercado central es una torre de Babel de valencianos, valencianas y toda suerte de turistas y estudiantes de los más diversos orígenes. No en vano, Valencia es una de las ciudades que más Erasmus recibe de Europa, además de una hermosa y habitable villa de acogida de gente de La Mancha y de toda España. ¿El problema? El mismo que en todo el país: la precariedad y el desempleo.
Visitamos el Jardín Botánico: un quiero y no puedo de flores que se secan bajo este sol hostigador. Resplandecen las plantas desérticas: agaves, áloe veras, cactus de todo tipo, flores de cactus verde conviven con tímidos brotes secos de flores de otras latitudes. Tal vez los cactus no sean autóctonos, pero se adaptan muy bien a este clima.
Valencia es una ciudad a cuya esencia es fácil adaptarse. El frescor de una horchata. La embriaguez del olor a naranja y a mistela. El aroma de una buena paella. La librería París-Valencia -hermoso binomio-, en cuyo mar de libros se desenvuelve su librera como pez en el agua. La catedral. El Tribunal de las Aguas. La tonada del habla valenciana, el acento más dulce de cuantos pueblan el idioma, con permiso del peruano. ¿Todo esto qué son? Tópicos del viajero. ¿Es fácil vivir en Valencia? Supongo, soleil oblige. Sus inconvenientes, para otro día. Ruido, la pasión fallera por doquier que puede enmudecerlo todo. La corrupción, sal y pimienta de la ensalada valenciana de las últimas décadas. El tedio. La rutina. Qué sé yo. ¿Tiene Valencia puntos oscuros? Claro, como todo el mundo. ¿Los descubriré? Supongo, si la amo lo suficiente me toparé con ellos. Amar es conocer. Lo primero ya lo hago. Supongo que me falta lo segundo.

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